Mañana singular en Molins de Rei. El Torreblanca A iba a la plaza ribereña llobregatense con el propósito de liquidar cualquier atisbo de jugar la promoción para el descenso a Categoría Preferente. Claro que había un 1% de posibilidades para ello, y tenían que alinearse los nueve planetas del Sistema Solar (Plutón vive, aguanta), y de paso, Vulcano, Rómulo y Bajor.
La jornada empezó con algo de nervios. Tenía que coger un tren de la RENFE estipulado para las 8:29 en Hospitalet de Llobregat, y resulta que por motivos que no logré entender, apareció entre 10 y 15 minutos más tarde. Dicen que no cojamos el coche, que es muy malo para la contaminación, que si el transporte público…y luego los retrasos nos hacen perder el activo más valioso del Universo, el tiempo, que nunca vuelve y que además, nadie sabe cuánto de él va a disponer. Dicho sea de paso que no cogí el coche porque días antes, yendo a Rubí a una visita profesional, se le encendió la lucecita del aceite, y como de mecánica automovilística sé lo mismo que de carreras de caballos, pues con los huevos de corbata, después del trabajo, lo llevé inmediatamente al taller.
A las 8:50 subió David Julià en Cornellà de Llobregat al convoy, y nada más descender en la estación de Molins de Rei y adentrarnos por las desiertas calles del pueblo, nos encontramos con Josep Maria Sorroche y Josep Flores, que ya se habían pasado por el Molins de Rei Club d’Escacs y constataban que la cafetería del edificio estaba cerrada, por tanto, había que desayunar en otro lugar. Como es habitual, a esas horas no hay casi nada abierto, salvo un lugar de comidas en el cual la encargada nos confesó que ya había vendido los tres croissants que tenía. Antes de entrar al local, nos encontramos con un motero con una Harley Davidson, que pedía ayuda porque no le arrancaba. Los más fornidos de la expedición, Sorroche y Flores, metieron un empujón cuesta abajo mientras el buen discípulo de ZZTop se montaba en la máquina, pero nada. Flores entonces paró un coche en plena calle, y la estupefacta mujer que lo conducía, que seguramente pensó que era un policía de paisano, se avino a prestar las pinzas para cargar la batería de la moto.
Bonita mañana se había formado ya, pero allí habíamos ido a jugar al ajedrez, y, como de costumbre, pese a estar ya por la zona pululando durante media hora haciendo de buenos samaritanos, entramos justo a la hora del inicio de las partidas a la sala de juego, en los altos de un centro cívico en el cual se habían rodado algunas películas españolas, entre ellas, “La mala educación” de Pedro Almodóvar.
Sorroche era el primero en acabar, con tablas, después de una preparación exhaustiva en casa buscando líneas para neutralizar los esquemas de apertura del contrario. Partida de laboratorio. Más tardes, Padrós inauguraba el casillero de victorias lanzando un peón moto por la columna a, y Lluís Pérez hacía lo propio con el MC Juan Bosco Prats, un ajedrecista de lo más amable y cordial que te puedes encontrar. Para muestra, una partida que disputé con él 19 años atrás en el III Torneo Amateur Edami 2005, en el que tras haber llegado a un final de tablas claras, cometí un error espantoso por el cansancio y me pidió disculpas por haber ganado así. El domingo le recordé aquella partida, que incluso me había dado pesadillas. Evidentemente no se acordaba como yo porque yo juego con titulados de vez en cuando. En todo caso, 0,5 a 2,5 a nuestro favor, y acorte de distancias local en la partida de David Julià. Dos tablas más por medio, de Jorge Muñoz y Luis Fernández, que nos había sustituido en el local de los tres croissants, y nueva victoria de Flores, uno de los asistentes al motero. La derrota de Jul en un final que parecía equilibrado nos puso con un punto de ventaja a falta de las dos partidas de los últimos tableros, José Ramón Aymerich y un servidor.
En mi caso, quedé muy satisfecho con mi juego, pese a una situación bizarra de la que deberíamos tomar nota todos. Una preparación teórica personalizada analizando los dos rivales que me podían tocar, a base de libros y vídeos de YouTube, y me juegan la línea que esperaba. Y yo voy y equivoco totalmente la apertura y tomo un caballito con alfil, cuando no tenía que hacerlo. Inmediatamente me di cuenta del error y pese a que el rival no advirtió nada, tuve que recuperarme durante 10 jugadas e intentar no pensar en lo pasado, porque la partida había que jugarla y estaba equilibrada. Tras haber estado un poco en el filo de la navaja al haber entrado en un final de torres y caballo con peón de menos, pero actividad como compensación, mi rival cometió dos errores que le constaron dos peones.
La partida de José Ramón, que podía observar en directo porque era el tablero vecino, estaba ganada contra un rival que hasta la fecha, llevaba 6,5 de 7 puntos. Íbamos ganando 4,5 a 3,5. Decidí ir a ganar a toda costa, pese a estar jugando con el incremento y quedarle a mi rival mucho más tiempo. Entonces, inesperadamente, atracaron a José Ramón y nos pusimos en un empate a 4,5 que dejaba a mi tablero como juez del match y con los lógicos nervios de tener en mis manos el destino inmediato del club (vale, me he pasado, pero queda muy cinematográfico). Josep Maria Sorroche, delegado, me dijo que “con tablas certificamos la permanencia”, y repetí jugadas, ante lo que mi rival pidió tablas, que fueron aceptadas. El equipo es el equipo. Sabia decisión, a pesar de que el módulo por la tarde me demostró que había pasado por alto una bonita pero no evidente combinación para pasar a un final de peones ganador. Jugar a ganar en este caso, era un riesgo innecesario. Mano izquierda, como dice el titular del match. Huelga decir que en un torneo individual nunca habría aceptado las tablas.
Con la permanencia asegurada, en la cafetería-restaurante del local secular, empezamos a planificar la comida de fin de la Lliga Catalana del próximo Domingo, con la satisfacción del deber cumplido. Otro año más en Segunda División para un club que se fundó 10 años antes, y que hoy es el primer club de ajedrez de Hospitalet de Llobregat.